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sábado, 8 de enero de 2011

Jaime el Loco


-¿Qué miras con tanta insistencia? ¿Qué tiene de particular esa tumba? No veo más que flores marchitas.
–No son las flores ni las tumbas, son esas inscripciones extrañas en las cintas.
-¿Quién sería?
–No sé. Porqué no le preguntamos al sepultero?
-Sí, es buena idéa, la tumba se ve recien abierta, deben haberlo enterrado hace dos o tres días.
–Veámos al sepultero.
-Buenas tardes.
—Hola amigos. ¿Qué se les ofrece?
–Sería usted tan amable de decirnos quién está enterrado en aquella tumba?
—¿Allí? el más despreciable de los hombres.
-Pero, si es así ¿Cómo se explican tantas flores? y sobre todo esas inscripciones mezcla de religiosidad y misterio.
—Es una historia larga. A mi nada me extraña, he pasado aquí mi juventud entre los muertos; ya soy un viejo. He sembrado en la tierra todo tipo de hombres y mujeres; ricos; muy ricos con sarcófagos de bronce, trajes lujosos, costosas joyas y multitudes en el entierro; y también pobres, tan pobres que el humilde funeral ha tenido que ser costeado por el estado; desnudos y con escasos acompañantes, pero siempre los mismo resultados: al final he segado huesos mal olientes. Cuando llega la muerte el hombre vuelve a ser tierra y de él solo queda el recuerdo de sus acciones... sólo eso: recuerdos.
–Nadie podría imaginar que tiene usted una filosofía interesante escondida en su...
—Dígalo, amigo, no tenga usted vergüenza: Escondida en ésta cabeza vieja y descuidada, o en este cuerpo mal oliente, cubierto de harapos. Es muy simpático, la sociedad lo empuja a uno, lo convierte en esto que soy, y luego... luego se escandaliza de su propia obra. ¿Sáben amigos? Nadie puede prescindir de mí. Yo Pedro el enterrador, el despreciado Pedro, sin embargo, todos vienen a mí como si fueran regalos. Estas manos han enterrado ya a los seres que más odiaban y hasta ha subido una sonrrisa a mis labios mientras lo  hacía ¡Qué placer! Pero también llegarón los amados de mi corazón; entonces los planté con lágrimas. Fue en esa forma que descubrí que aún era capaz de reír y de llorar y que supe que de cuando en cuando se llenan los viejos pozos secos y surgen en retoños en troncos imposibles a la sonrisa de la primavera.
-Pero no nos ha contado usted la historia del muerto de aquella tumba, la de las muchas flores.
—¡Muerto! Ya quisiera tener usted la vida que tiene ese.
–Si nos explica mejor...
—Sí todos ustedes son iguales, pueden entender un partido de basquetbol o de fútbol o una película de difícil interpretación o una computadora eléctrónica; pero son incapaces de entender dónde empieza la vida y dónde acaba la muerte.
-No será dónde termina la vida y dónde comienza la muerte?
—No amigos lo hé dicho bien, hay ocasiones en que la muerte comienza al nacer y la vida empieza en la muerte. Nacer muchas veces es morir; morir en ocasiones es correr las cortinas de la vida.
–Pero, por favor ¿nos cuenta sobre la tumba nueva o no? sobre ese hombre al que primero llama usted despreciable y después vivo.
—Está bien, hasta dentro de una hora no tengo ningún entierro y las tumbas están listas. Sabe, yo siempre tengo tumbas listas y núnca se me quedan vacías. ¡La muerte es tán segura! En la tumba de las flores marchitas fue enterrado, hace cuatro días un loco, según la gente del pueblo, un hombre despreciable, pero que al morir puso bajo la luz su verdadera personalidad. Jaime provenía de una familia respetable, pero él no conservo tal tradición, fue todo lo que un hombre mundano puede ser. Se casó joven, pero el matrimonio no lo cambió en lo mínimo; siguió siendo el de siempre o tal vez peor. Vivió desordenadamente, siempre tras lo prohibido, ardía en él un nosé que lo impulsaba a buscar por todas partes la paz interior, quizá la felicidad.
   Yo era amigo de su familia y también de la de su esposa. Laura sufrió como pocas mujeres que yo conozca; era aquel un sufrimiento más tonto, inútil. Jaime no merecía aquella mujer. Constantemente se emborrachaba y después al llegar a su casa, volcaba su ira sobre los hijos anémicos y la esposa delgada, enfermiza de tanto trabajar, soportar y amar. Cinco hijos tuvo Laura con aquel demonio de hombre, pero nada le hizo diferente. De la borrachera pasó al juego, del juego al robo y con esto todo el desprecio de los suyos.
   Un día abandonó para siempre a su esposa y a sus cinco hijos; hacía mucho que no trabajaba y lo que obtenía del juego o de sus sucios negocios no era suficiente para costear sus vicios.
   Laura lloró desconsoladamente, pero poco a poco el amor se fue tornando en odio, sus lágrimas dejaron de verse y los hijos si algo sentían por él, era vergüenza por tenerlo por padre.
   Aquél hombre no había dejado un sólo recuerdo grato. Pasaron dos o tres años, no recuerdo muy bien, pero Jaime volvió al pueblo. Volvió a nacer en mí la esperanza de cavar para él una fosa más hondo que los demás. Sin embargo el hombre vino cambiado, fue a donde estaba su esposa y sus hijos y les pidio perdón, les dijo que se había encontrado con Cristo, que ahora era un hombre nuevo. Habló de su vida diferente, regenerada, dijo que Dios le había perdonado. Nadie le creyó, su esposa lo echó de la casa. Jaime se vio obligado a fabricar un cuartucho en las afueras de la ciudad. -Aunque ahora queda casi en el centro, un pueblo crece mucho en 34 años. Desde entonces se le vio trabajar y rehusó energicamente beber o jugar a lo prohibido; tampoco a nadie se le ocurrió acusarle de ladrón.
    Cuando Jaime veía un grupo de hombres en cualquier lugar, se ponía en medio de ellos y gritaba: "Yo destruí mi hogar; fui un borracho, un ladrón; abandoné a mi esposa y a mis hijos pero no me avergüenzo de decirlo, ¿saben porqué? porque Cristo cambió mi vida, me transformó y todas aquellas cosas viejas, mi funesta manera de vivir, quedó atrás, ahora soy un nuevo hombre. Pero o crean ustedes que son diferentes de mí por el sólo hecho de que mis pecados hayan sido más ruidosos que los de ustedes. Dice la Biblia que todos somos pecadores y destituidos del reino de Dios, pero si se arrepienten y comienzan de nuevo por la fé en Cristo, El los salvará, como lo ha hecho conmigo, así lo hará con ustedes".
   La risa se dibujaba en los rostros más despreocupados, otros sentían compasión, los menos pensaban seriamente en el cambio operado en aquel hombre conocido por todos en el pueblo; pero la mayor parte pensaba que Jaime estaba loco.
Todo el pueblo se fue transformando con el tiempo, pero el mensaje de Jaime no combió. De ésta historia han pasado 34 años, muy largos por cierto. Yo también me he ido consumiendo con el siglo -Como los hombres que siembro en la tierra. En todo este tiempo, Jaime no dejó de contar su eterna historia, siempre la misma. Algunos creyeron a su anuncio y hoy son miembros de la Iglésia, otros le siguieron llamando loco, pero desde su conversión demostró a todo viento que era un hombre distinto.
   Hace cinco días un hermano de su Iglésia lo encontró muerto en el pobre cuartucho que quiso vivir siempre, aunque una y mil veces quisieron mejorarlo de lugar. Le llevaron a la Iglésia y allí pusieron su cuerpo. Sabé, es el único miembro que ha gozado de tal privilegio desde que se fundó y construyó el templo. ¿Estaba muerto? No, estaba vivo. Su tronco estaba acompañado por cientos de hermanos que le amaban de verdad; rodeado de hijos espirituales a los que había logrado transmitir su fé y entusiasmo.
   Cuando Jaime murió, ya hacía algunos años que Laura había muerto, pero sus hijos estaban allí en el más apartado rincón de la capilla, casi como extraños, como si el muerto no fuera su padre.
   Hicieron una ceremonia como acostumbran los Evangélicos. Yo asistí aunque nunca voy a los velorios. Siempre espero que los muertos vengan a mí, pero Jaime era diferente. Qué extraño, pero que alentados; cantaron, oraron, predicaron y hablaron de Jaime y del Señor Jesucristo. Pero no del Jaime que conocía el pueblo, si no del otro, del hombre nuevo, regenerado, sensato y hasta inteligente en el servicio a Dios. Jóvenes y mayores derramaron lágrimas de gratitud, de pena por la ausencia del viejo soldado caído en el campo de batalla. Me pareció la gente más sincera y sencilla de cuantos he conocido. Después pidieron a los presentes que hablaran acerca del Jaime que ellos conocían. Fueron muchos los que se pusieron de pie para testimoniar. Entre ellos personas muy respetables y queridas en el pueblo, quienes manifestaron el deseo de imitarlo. Todavía y explicándolo y todo, apenas lo puedo entender. Luego una chica dijo que desearía que Dios le permitiera tomar el lugar que aquel hombre dejaba en la viña del Señor.
   Entonces los hijos se dieron cuenta de que nunca habían querido perdonar al padre a quien Dios hacía mucho tiempo había transformado. Lloraron amargamente; el orgullo quedó aplastado por la certeza de que no había procedido bien. Dos de ellos se pusieron de rodillas frente al féretro y pidieron a Dios perdón. Más tarde quisieron saber las condiciones establecidas para seguir las huellas del padre.
   Me lo trajeron -como es de suponer-, pero ya no deseaba como antes enterrarlo bien profundo. Ahora me hubiera gustado tenerlo vivo. Lo observé en la caja como sonrriendo, saludando a la vida, al Dios que predicó.
   Yo siempre, cuando planto hombres, lo hago con el desdén que da la costumbre, pero esta vez me sentí sobrecogido por la pena. Me dio la impresión de que me había tocado plantar la vida; mientras lo hacía, sus amigos y hermanos en la fé contaban un himno.
   Es cierto Jaime el loco ha muerto, pero el otro, el verdadero, el cristiano, nunca ha estado más vivo en este pueblo.